He querido dedicarme desde siempre a actividades que pongan de manifiesto mi gran sensibilidad. He tenido muchas ideas, con las cuales nos habríamos beneficiado todos, pero ha ocurrido que en casi la totalidad de los casos han caído en manos inescrupulosas. Y esta es parte de mi historia.
Desde muy joven supe que debía de abandonar los conceptos de mi familia de origen si quería dar rienda suelta a mi ser esencial. Ese ser que habitaba en mi, pujaba con mucha fuerza en mi niñez y adolescencia. Fui un nieto modelo para mis abuelos, que adoraron mi comportamiento tranquilo. Pude dedidarme a reforzar mi sensibilidad en la Escuela Nacional de Bellas Artes.
La fotografìa me impulsò a captar esos momentos únicos de la naturaleza y personas. Durante mi juventud viví enamorado del amor. No tardé en darme cuenta que toda la sensibilidad que albergaba, no era apreciada, sino muchas veces pasada por alto o criticada. A raíz de ello quise darle a mi labor un perfil más mundano, para intentar ser visto y considerado. En cada uno de mis intentos, me he sentido fallándome a mí mismo, prostituyéndome. Era el precio a pagar, debía adaptarme a lo que la sociedad pedía. Aun así los éxitos cosechados eran pocos, tanto para mi vida profesional como económica.
¿Qué pasaba? La aprobación no llegaba, siempre había una crítica, una debilidad que no había considerado. Y esto, sucedió una y otra vez. Desde mi familia de origen, con raras excepciones, me habían desaprobado, el impulso de continuar provenía de un tío de mi padre, tildado de no muy coherente. Algunos compañeros de estudios aplaudían mis iniciativas y mi arte, pero esto no era suficiente.
Seguí cambiando el formato de entregas de mis fotos, para que el mundo pudiera apreciarlo. Seguramente yo era un romántico fuera de época, seguramente me veía anticuado en la forma de captar las imágenes y la vida. Intenté cambios con los cuales no me sentía conforme. Alguna vez recibí un magro pago y otras veces una crítica escondida en el halago.
El tiempo pasó y sentí que si aquello que formaba parte de mi interior, no era apreciado por nadie, y por tanto se debía tratar de un error. Que seguro que era algo en desuso o no era lo suficientemente bueno y yo habiendo sido engañado por mi ego no había podido reconocerlo. Por ello lo deseché. Cansado de batallar y reconociendo lo infructuoso de mi labor, realicé un curso y comencé a trabajar en una empresa como contable. Y así pasó la otra parte de mi vida, entre números y balances. Formé una familia y conseguí estabilidad, pero algo siempre estaba mal en mi, pero ya había tomado esa partida y debía continuar.
Un día en la empresa se generó un inconveniente con una campaña publicitaria y humildemente di mi opinión. Estaba próximo el fin de semana y no se conseguía personas disponibles para revertir el problema, así que decidieron dejarlo en mis manos.
Esos dos dias no dormí ni descansé. Me costó conectarme conmigo y mi interior para realizar el trabajo, pero lo logré. Y fue la mejor versión de mi mismo. Esperé como siempre la desaprobación, de que no era suficiente o había alguna debilidad que no había considerado, pero ya no me importaba, solo era un contable.
En esta oportunidad y sin expectativas encontré que uno de los directivos de la empresa aprovechando mi idea la lanzó como propia. Y la idea funcionó y fue excelente. A la rabía que sentía se unía la imposibilidad de decir que aquello era mío pues mis credenciales ante la empresa, eran de contable. Una vez más mi talento desperdiciado. Caí en depresión, y mi esposa que siempre me alentaba, estaba desconcertada y planeó que nos mudáramos de ciudad para comenzar de cero.
Tomé unos días libres para pensar qué hacer. Y entonces ocurrió algo más. En la empresa, debían continuar con la campaña . El directivo que se había atribuido mi idea no sabía qué hacer con ello. Y sin ningùn prurito tocó el timbre de mi casa. Yo estaba adormilado y en pijamas cuando le abrí la puerta. Me sentí invadido por su falta de respeto y la rabia me desbordó y quise ganarle la pulseada. Le plantee cuáles eran mis normas de ahí en adelante, y él con chispas en los ojos dio un puñetazo en la mesa mientras me decía que por esta vez había ganado. No cedì, no iba a ser un golpe lo que me sacara de mi camino, y aprovechè a mentirle para bajar un poco màs su ego. Le mostré la carta de renuncia y el proyecto de irme hacia la ciudad de la competencia, entonces transó y obtuve lo que quería y me sentí resarcido al vengarme de aquel hombre y de todos los que nunca habían visto mi potencial.
Mi vida cambió. La campaña fue exitosa y duradera y lo que no imaginan es que fueron los peores dos años de mi vida. Pagué con creces el enfrentamiento. No tuve más posibilidades de dormir tranquilo ni de estar en paz haciendo mi trabajo, ni siquiera en mi casa. Aparecía fuera de horario con llamadas telefónicas o urgencias fingidas, con tramas y habladurías inexistentes, con el fin de generar molestias y ansiedad. Era una persecución encubierta.
Ya me había presentado a la empresa con nuevas credenciales y me habían aceptado. Pensé que debía ser el precio a pagar por sacar fuera mis dotes. Poco a poco, con mi compañera de vida planificamos una estrategia que me permitiera alejarme de ese nuevo calvario. La mentira del nuevo puesto con la competencia comenzó a tomar forma, y uniendo mi “éxito” actual a mis trabajos de toda la vida me lancé a otros caminos.
Sabía que podría ser rechazado nuevamente, y también de que debía seguir adelante con mi potencial. Mi carta de presentación sería el material guardado por años y la autoridad que me conferían los años y mi propia estima. Conocía los pasos que eran capaces de dar mis enemigos, y decidí resguardarme de ellos en todo lo que me era posible.
Me premiaría cada día con mi verdadero ser.