Así continué debatiéndome entre el sentimiento de culpa, la rabia de sus comentarios y su conducta de auxilio ante mi malestar físico, mis hijos, etc. Cuánto más pensaba, más me confundía. Aún no había comprendido que el pensamiento lleva a la duda y que el sentir es lo auténtico y cierto.
La relación se mantenía incambiada, con sus visitas, los paseos, las meriendas o cenas. Siempre en casa. Empecé a desconfiar de que no conocíamos nada de ella, ni de su familia, ni su dirección exacta, solo un número de teléfono celular. Mi esposo decía que era una persona reservada, a mí no terminaba de caerme.
Un día le pedí ir a su casa, pues necesitaba saber donde vivía, cómo y con quien. Ella se ofuscó y con evasivas me dejó en medio del shooping donde nos habíamos encontrado. Pensé que había ido al baño, pero ese día no regresó. Me sentí aliviada y creí que quizá ya no volvería más. Pero estaba errada una vez más. Sí apareció por casa, cuando yo no estaba, y dejó regalos para todos.
A mi me había comprado un vestido , de esos que sabía que yo odiaba,y que me ceñía por demás. Mi esposo, otra vez me hizo notar sus buenas intenciones, y que yo estaba muy desconforme últimamente.
Por esos días me dolía la cabeza a diario y una molestia en la mitad de mi espalda se estaba haciendo insufrible (escápula). Ya evitaba reunirme fuera de casa, y solo aguantaba la presencia de Rita los días martes. Yo quedaba destruida, cansada y con mucho sueño. Me resistía a que quedara sola con mi familia, pero las piernas no me sostenían. Terminaba teniendo que recostarme mientras ella, “abnegadamente”, servía la cena.
Continuará.
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